Publicado por El Aventurero el Jun 26, 2016 en Prólogo a la carta número once. La cárcel del ego.
11.8 “Son los usurpadores de las verdades; algunos utilizan las probetas, las filas interminables de secuencias o las afirmaciones doctrinales convertidas en axiomas formulables. Suelen demostrar sus verdades con referencias bibliográficas que han ido recopilando de otros cómplices a los que ellos mismos han categorizado como prestigiosos. Formulan teorías que se permiten trasmitir en las escuelas, en los periódicos, y siempre respaldados por los organismos culturales dominados por el poder. Ellos no se autodenominan sabios, pero gustan que los demás se lo llamen.”
COMENTARIO DE EL AVENTURERO
Tal vez porque el científico, académico o humanista, pone su pensamiento (teorías, postulados…, etc.) al servicio de la afirmación del modelo de realidad imperante, y no al servicio del cuestionamiento del mismo, pervierte parte del tesoro de lo que se podría llamar “conocimiento”.
Puede que los prejuicios y el miedo a desmontar lo que llamamos “realidad” sea lo que hace que la práctica ortodoxa de la investigación se configure como una estructura “blindada” y en muchas ocasiones reacia a reconocer lo mucho que todavía ignoramos de lo que nos rodea y de la Historia.
Los descubrimientos que desde la ciencia se hacen no se pueden divulgar como verdades definitivas, ni como dogmas, porque están abocados a ser completados, superados o refutados en el futuro. Aunque los modelos teóricos nos sirven para avanzar en el descubrimiento de más espacios de realidad, para imaginar el mundo, no dejan de ser abstracciones hipotéticas.
Fruto de un interés ideológico de construir una concepción general y común de las cosas, se establece la educación reglada y la universitaria, desde aquí, se trasmite lo que llamamos realidad, que es lo que mira el Rey: un conjunto de convenciones consensuadas que configuran una visión del mundo, como un velo de maya.
¿Que se puede demostrar como verdad? ¿Un tejido fenomenológico que apenas sabemos como funciona?