La niña va
al revés sería la frase que, caso de aplicarse y ponerse a la tarea de
secuenciar los hechos atendiendo al orden establecido, recordaría haber escuchado
repetir a su madre a lo largo de aquel peregrinar por consultorios en búsqueda
de algún remedio, el que fuese, para aquel extrañísimo mal que la aquejaba.
Pero nuestra
protagonista tendría que reconocer [─
por mucho que le causara un dolor agudo, intenso, que ella trataría de
mitigar con argumentos pueriles y paños calientes tales que un ambiguo “hoy no,
quizás ayer” que (tendría que reconocerlo también) también procuraría evitar o
saltárselo ─ que aplicarse y
ponerse {ya fuera conjugándose al alimón entrambos y de la forma
reflexiva que viene de exponerse, ya fuese por separado ─ cada cual con sus correspondiente y diferentes
modos, tiempos, números y personas (recitados sin mayor reflexión pero de corrido
y sin confundirse) colocadas en fila de a una bien derechita “y que no os oiga”─ y sin cruzarse ni palabra ni, “no
hará falta decirlo, ¿verdad?... Y, aquella, la lógica, tan esdrújula siempre
que por qué serás tan díscola, que deje por favor de mascar chicle”, por
supuesto, de piernas ni de brazos} a determinadas tareas engorrosas supondría el tener que sacar adelante una empresa que,
por mediana que fuese, dudaba de saber hacerla prosperar y verla, algún día,
arribada a buen puerto y mostrándose no ya como un yate de lujo o un gran
trasatlántico tipo Titanic (y para acabar como acabaría, encima), que ─ resignada ─ “tampoco hace falta”, pero sí como una
barca, de remo, pequeña y sin pretensiones]
y reconocía, doblegada al fin por el orden
establecido que nunca entendería(ahora sí), que á por más que intentase mirar hacia adelante [ aunque ella decía “hacia atrás” por, cuando aquellos señores de
batas blancas le preguntaban, no enredar más las cosas y que la madre, al borde
de la desesperación y de las lágrimas {o irrumpiendo (sin acertar a detenerse) en ambos a la vez haciendo, sin quererlo y pidiendo
perdones entrecortados, que el doctor
interrumpiese el interrogatorio para llamar a la enfermera en demanda de
“agua para la señora, por favor” por evitar, más que nada, que perdiese
definitiva e irremisiblemente pie y se despeñara }, exclamase un triunfal
acongojado “¿lo ve?” ] buscando afanosa en su memoriañ no lograba (ahora también) rescatar el
momento
en que por primera vez notó (o notaron los otros porque ella ─ lo mantendría hasta el
principio de sus días (aunque ella, si por causa
de algún lapsus que ponía sumo cuidado en evitar se veía obligada a dar
explicaciones (no ya a los médicos, de los que había decidido mantenerse a distancia
muchos años atrás, sino a cualquiera que, como la gente suele ser tan
entrometida, expresara curiosidad por el porqué y por el cuándo) decía, como
bien imaginará el lector espabilado, “hasta el final”} ─ “yo, personalmente, no noté nada si quieres que te diga
la verdad”) algo raro.
-
Pero sería, imagino ─ agregaba con soltura, sin trabarse, con perfecta
naturalidad (o casi) y dominio de los tiempos verbales adquiridos (la
naturalidad y el dominio, entiéndase, que los tiempos verbales los aprendió, sencillamente
y como los aprende cualquier otro mortal) a base de ensayos y tenacidad ─
cuando empecé a hablar.
Y partiendo de esa idea, la idea de
que los problemas aparecieron (para los otros, que ella no hubiera tenido
ninguno de no ser por los que le causaban esos mismos otros empecinándose en
que quien los tenía era ella) cuando empezó a hablar, llegó a la de que lo
mejor iba a ser ─ como habrá por sí mismo deducido {no por experiencia en
carne propia, entiéndase (habida cuenta de
que la experiencia de callar, aun pudiendo, no la ha vivido hasta la fecha casi
nadie) sino porque, si ha leído con atención,
estará al tanto de que se le supone espabilado} el lector ─no pronunciar palabra o, en caso de extrema
necesidad, utilizar las menos posibles.
Hétenos aquí y empero con que esta
decisión si fue motivo de preocupación porque, se preguntaba, conllevaría el
llevarla a la práctica el que su lenguaje se empobreciera.
─ ¡No seas idiota! ─ se reprendió a sí
misma {obviedad, por otra parte, que quién que no sea uno mismo
puede reprenderse a uno mismo, pero poco a poco (el
lector, huelga decirlo ─ pues amén de espabilado es, sin duda, persona
optimista y confiada ─ es seguro que cuenta con ello de antemano y desde ya)
iría aprendiendo y soltándose} de inmediato ─; no
se trata de que en tu saber no albergues un repertorio extenso, y cuanto más
mejor, sino y tan sólo de que a la hora de comunicarte emplees única y
exclusivamente la palabra exacta ¿Lo entiendes?
Y como se contestó, reconfortada, que
sí fue de día en día adquiriendo no ya y sólo dominio de la técnica sino
confianza en el mundo exterior y en sus congéneres que (pensaba) no le darían
problemas si ponía buen cuidado en evitar que cayeran en el error ─ del que si
la pillase con falda estrecha y en tacones le sería difícil bajar a sacarlos no
pudiendo, luego, sustraerse al complejo de culpa que la mortificaría por no
haberlos ayudado ─ de creer que si ellos los tenían era por causa del que
(imaginaban) tenía ella.
Pero fue, también, de día en día
acentuándose (díscola y lógica) la sensación (aguda) de caminar (llana),
sencillamente y sin ambages, desencantada y a la deriva por un camino que,
trazado negro sobre blanco, sin desvíos, en el mundo de lo unívoco, la
conduciría irremisiblemente a un destino sin color.