Podemos elegir cómo mostrarnos, medir y aquilatar nuestro
aspecto, nuestros actos, nuestros gestos, nuestras palabras, nuestra forma de
mirar, y de sonreír, y de expresarnos; y podemos adoptar el tono de voz que
consideremos el que mejor se adecúa al momento y al lugar. Todo cuanto
mostramos puede ser manipulado o falseado, pero… ¿y lo que no mostramos?
No podemos evitar que quienes nos miran o nos escuchan o nos
leen nos imaginen defecando.
Un gesto, una palabra, un tono de voz, siempre queda la
esperanza de poder negarlo, de argumentar que quizá fue mal interpretado y “yo no soy así”.
Pero, defecar…
¿Alguien conoce a alguien que, si le mostrásemos la foto del aspecto que
ofrecía cuando nuestra imaginación lo sorprendió en semejante trance, pudiese
protestar “oh, no; yo defeco con más elegancia”?![]() |
Mandala (cuadrado) |