Pero actuamos, no queda más remedio, aunque la opción que
tomemos sea hacernos un ovillo y esperar a aclararnos estaremos actuando y
teniendo una responsabilidad (aunque la desconozcamos) en lo que sucedió o dejó
de suceder por causa de nuestro aovillamiento.
Incluso cuando afirmamos saber qué queremos y a qué queremos
dedicar nuestra vida y nuestro afán, ¿somos conscientes de si lo que nos mueve
es la voluntad y no sólo el deseo?
Estamos educados a que cualquier propósito llevado a cabo se
materialice en algún resultado perceptible a simple vista, o a simple oído, o a
simple tacto, o a simple gusto o a simple olfato, por los demás. Y a lo mejor
no nos lo creemos del todo, a lo mejor tenemos una vaga sensación de que “hacemos”
cosas que quedan fuera del ámbito de las percepciones inmediatas; pero, a ese
tipo de cosas, les reconocemos tan poquita utilidad…
El hacer o no hacer solemos valorarlo en función de qué
reporta a los aspectos prácticos de la vida, y centrarlo en la subsistencia, en
el permanecer y en el dejar constancia de que somos — no qué somos, que suele no proceder ni el plantearse, y si
se plantea no debe cometerse la grosería, o la frivolidad, de expresarlo — lo que se espera de nosotros y
de que estamos en el lugar que nos corresponde.
Y todos nuestros actos quedan así sometidos a criterios de
algo que se parece mucho a la productividad, porque todos nuestros actos han de
representar un lucro (material o espiritual) o una posibilidad de trueque; y si
no es así, en nuestro cada día, nos iremos a la cama por la noche con la
desazón de “hoy no he hecho nada”.
Así que todo esfuerzo suele aplicarse a la actividad laboral
cabalmente desempeñada, a la profesionalidad, a que el hogar esté en orden si
se es ama de casa, a que las multas estén debidamente puestas (e impuestas) si
se es guardián de la ORA, a que el reo esté correcta y puntualmente ejecutado
si se es verdugo…
Y, caramba; después de tanto trajín se tiene derecho al
esparcimiento.
Y el ocio se suele emplear en desvivirse buscando formas
nuevas con que matar el tedio.
¿Qué tiempo queda para buscar a ese “uno mismo” que cada
cual tiene la sensación de llevar dentro? ¿Qué tiempo para dedicarlo a ese “uno
mismo” con el que tanto terror daría encontrarse?