Es difícil saber qué se quiere, porque para eso sería
necesario conocerlo todo, y eso no es posible. Pero sí es muy sencillo saber
qué no se quiere, se da uno cuenta en seguida.
Las vidas están llenas de innumerables insignificantes “qués” que no se quieren y se
aceptan pensando, o creyendo, que no importa, que no hacen daño, que nada más
son pequeños inconvenientes a los que hay que avenirse o con los que es
necesario transigir para dar satisfacción a otras prioridades.
Me pregunto cómo podrían ser las vidas, de todos y de cada
uno, si nadie aceptáramos cargar con ni un gramo, ni un grano, ni un ápice, ni
una pizca, ni una brizna, ni una hilacha, ni una gota, ni una mota, de qué no
queremos.
Me pregunto cómo podríamos ser si no nos traicionásemos
continuamente.