Charo, sí,
mi amiga Charito de toda la vida que la quiero yo un montón y fuimos
inseparables ya desde niñas hasta que ella se casó. Se caso, sí, con un chico
muy bueno que a mí la verdad es que me parecía un poquito soso pero ella decía
es muy bueno y muy buena persona y, yo lo sé, me dijo entonces, voy a ser muy
feliz con él porque es una persona muy responsable y muy trabajador.
Y se caso, y
siempre ha dicho que es tan feliz como ella decía de jovencita que iba a ser, y
como yo conozco muy bien a Charito estoy segura de que de veras ha sido tan
feliz como ella ya presentía que iba a ser. Hasta hoy.
Digo hasta
hoy porque esta mañana va y me llama. Me llama Charito afligida y llorando y,
yo, pero Charito, querida, qué te pasa.
Y Charito se
suena y moquea y dice con voz entrecortada que la niña, suya y de sus ojos
porque es su única hija y la adoran tanto ella como su marido aquel chico tan
bueno y tan responsable y tan sensato, que la niña — logro entender entre
sollozos —ha conocido a un chico muy bueno, de Guadalajara, que se llama Juan Francisco, de
muy buena familia y muy estudioso que…
– Pero,
querida — le digo yo a Charito —, si es estudioso y de buena familia, y del
agrado de la niña que seguro que tiene tan buen gusto y tan buen criterio como
tú, ¿qué motivos puede haber, pedazo de tontuela para llorar de esa manera?
–Pues… —
Charito se suena y moquea antes de responder —, a ver si sé explicártelo para
que me entiendas…
– Seguro que
te entiendo, cielo — le digo —; cuéntame qué te pasa, cuál es el problema y
verás cómo entre las dos encontramos la solución.
– Bueno,
pues — noto cómo Charito se enjuga las lágrimas, se aclara la voz y dice de corrido —: Juan Francisco ha sido etarra.
– ¿Etarra,
Charo — le pregunto —; un chico de Guadalajara que se llama Juan Francisco ha
sido etarra?
–Sí,
Afrodita —responde ella en tono impaciente —, etarra.
Y que qué
encuentro de raro, quiere saber, al hecho de que el chico sea etarra.
–Pues, no sé
— respondo, dubitativa, dubitativa porque entiendo que tal vez a ella mi
razonamiento podrá parecerle poco razonable —; no sabría explicártelo muy bien
pero siempre pensé que para ser etarra había que llamarse Patxi o Andoni o
Iñaqui, y por supuesto ser vasco, pero,
un etarra, Charito, de la Alcarria son bien conocidos los mieleros de toda la
vida, pero etarras…
– Oh, es que
fue a vivir a Euskal Herria cuando era muy pequeño, a Santurce concretamente. Y
dice que se siente vasco, y que su corazón es vasco…
– Eso — le
digo — parece razonable. Siempre se ha dicho que el hombre no es de donde nace
sino de donde pace; así que…
– Bueno,
pues… — Charito se suena, con un sonido seco y rotundo, antes de añadir en tono
tajante y resuelto —: No me da la gana que mi hija tenga un novio etarra.
– No es
etarra, Charito — le recuerdo —; tú misma has dicho que fue etarra.
– Ah, sí —
admite Charito, porque Charito aunque pierda a veces un poco los nervios ha
sido siempre razonable —; cometió un atentado y hubo muertos. Estuvo en la cárcel
un par de años o tres y, luego, como se arrepintió, lo pusieron en libertad y
está totalmente reinsertado.
– ¿Ves,
tontuela — le digo — como no tienes motivo ninguno para recelar de él?
– ¡Pero cómo
que no! — Se me encrespa Charito — ¿Te gustaría a ti tener un yerno asesino?
– Charito,
nena, que ya no es asesino; se arrepintió y está reinsertado. Ahora es ya una
persona perfectamente normal ¿No lo entiendes, Charito?
Pero se ha
cerrado en banda en que no, en que no lo entiende. Y se ha empecinado en que un
terrorista podrá estar todo lo reinsertado que la ley le permita; pero que
ella, en cuanto a ciudadana con sus propios criterios éticos y morales, ¡jamás!
— que me lo ha dicho gritando y muy alterada, fuera de sí, casi, diría yo —,
jamás querrá cerca de sí a un personaje semejante. Y que hará todo cuanto esté
en su mano para no emparentar con un asesino. Y que no quiere que sus futuros
nietos sean hijos de alguien cuya profesión era (aunque ahora esté arrepentido
y reinsertado) poner bombas y pegar tiros en la nuca.
Y por más
que he intentado hacerla entrar en razón
y me he esforzado en explicarle que hay que saber perdonar y que además todo el
mundo tiene derecho a una segunda oportunidad no ha querido entenderlo ni
admitirlo; se ha enfadado, ha dicho que le parecía intolerable lo que le estaba
diciendo y ha terminado por mandarme a… (bueno, a la mierda) y me ha colgado el
teléfono.
Así que me
he quedado un poquito triste. Un poquito triste porque yo a Charito la quiero
mucho, porque es mi amiga de toda la vida. Pero… no sé, me da pena que a veces
sea tan intransigente y tan poquito comprensiva.