Caminar con pies descalzos en comitivas que arrastran las penas que ya no pueden ocultarse por más tiempo tras los párpados cansados en lágrimas que se embeben, se ensordecen, se corroen.
¿De envidia, de desventura, o de inmunda compasión?
¿Por los que, cuando supieron, cuando tuvieron enfrente los perfiles que marcaban las aristas de las causas diciendo que no temían, se escondieron tras las farsas que no fueron jamás dignas de guiarlos por las sendas que marcaban las porfías?
¿Los culpables inmolando, en su caminar cansino, en su deslizar moroso, en su sofocar nefasto su crítico sentimiento de dislate o de indolente agravante?
La bondad o la belleza de que se cubren los pálidos arrumacos desprovistos de cualidad que les sirva… ¿de redención?, ¿de sorpresas que jamás dará la huida de los que se confiaron en dilapidar sus días abrazando los abruptos arrebatos que desvían los desvelos del que duerme a la sombra de no importa qué premuras o qué altivas pretensiones de acuciantes acicates que predigan que será retado el veto que cercena la codicia de tantos como ambicionan insuflar en sus pericias voluntad de ya más tarde, ya completada la vida, caminar sin inmutarse en busca de… su armonía?; ¿serán moneda de cambio con la que saldar la deuda que ya al nacer se asumía?