Te pones a escuchar la radio, programas de calidad, hechos por personas cultas y enteradas de qué está pasando en el mundo, provistas de infinidad de datos y claridad de criterio suficiente y sobrada para saber discernir qué es honradez en cualquier campo de la economía o de la política y, en mitad de su disertación o de su arenga, te vierten sobre la cabeza el jarro de agua fría de largarte con mucha credibilidad y mucho aplomo que tomes tal o cual producto para adelgazar, o para mejorar tu memoria, o que acudas a un determinado establecimiento a proveerte de moda, de perfume, de sartenes, de tresillos para, a continuación y tan tranquilos, seguir con lo que estaban.
Te están hablando de la crisis, muy sesudamente, y contándote que hay en este país más de cuatro millones de parados; y sin siquiera advertirte de estar dando paso a la publicidad te cantan, sin solución de continuidad y dentro del mismo contexto, con la propia voz del que está conduciendo el programa, las maravillas de contratar un crucero o de comprarte un coche. Y a gentes que en una inmensa mayoría cuenta apenas con qué o de qué sobrevivir.
¿Cómo se les queda el cuerpo y el alma?
El vivir es una eterna servidumbre, por lo visto, un constante tener que claudicar y traicionarse, un ineludible tenerse que tragar sin rechistar ni masticar las propias miserias y mezquindades recubiertas, como si fueran píldoras, de justificaciones y argumentos de colores, de todos los colores.
De todo se habla, se dice, se cuestiona, se critica. De la deshonestidad y desmedida ambición de los políticos y de la vulgaridad de las famosas. Se larga contra el presidente del gobierno, contra sus ministros y ministras, contra los sindicalistas y los sindicatos, sin parar en mientes y pasando por alto la descorazonadora, espeluznante, similitud que existe entre las actitudes de los denostados y su búsqueda del a toda costa perpetuarse y las de los que, a su costa, buscan exactamente lo mismo.
Se afean constantemente las conductas de los que desde el poder y desde las instituciones mienten, de los que no parecen alentados por otra finalidad que enriquecerse; se afea desde las emisoras y desde los periódicos cuyas últimas páginas están dedicadas a anuncios de prostitución; y cuanto mayor tirada tiene un periódico más se enriquece a causa de que sus páginas son más demandadas para tal publicidad.
¿Y estas conductas quién las afea? ¿Adónde o a quién se puede acudir para expresar la perplejidad que causan? ¿Qué medio va a dar cancha a la protesta del que se duele de la mendacidad de los medios?
Y hay que vivir en esa impotencia y en ese silencio ahogado tan sólo por las mismas palabras pronunciadas por las mismas personas a las que si no quieres vivir en una burbuja de ignorancia o desconocimiento tienes forzosamente que escuchar.
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En relación al asunto de la publicidad y con motivo de un correo que envié posteriormente a la presentadora, María José Peláez, del programa “A toda salud” de la emisora Esradio, ella me respondió en términos tan correctos y mostrándose tan comprensiva para con mi criterio – que no es que yo expresara de forma del todo desabrida pero sí bastante llana – que he vuelto a escribirle para darle las gracias y para profundizar un poco más en a qué me estaba exactamente refiriendo,utilizando esta vez un lenguaje bastante más cuidado. Por entender que puede estar reflejando lo que otras muchas personas piensan pero no se animan a expresar , lo coloco con el título “a María José Peláez” en este mismo blog y enlazo desde aquí.
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Releyendo meses después esta entrada lamento haberle pedido disculpas. No puedo soportarla, ni a su programa tampoco.
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No hay moderación. Medir o no las propias palabras es cuestión de cada cual... ¿Por qué tendría yo que erigirme en juez de nadie ni de nada?